sábado, 7 de enero de 2017

ENCUENTROS CON LOBOS


38 naturalistas e investigadores relatan las vivencias personales de campo que más les marcaron o les proporcionaron su recuerdo más intenso de entre sus experiencias protagonizadas por el lobo.

Una obra que nos muestra la emoción por el hecho de tener la inmensa fortuna de que todavía campe por nuestros montes este extraordinario y emblemático animal, con el fin de ahondar y extender la preocupación por su conservación.

Tundra Ediciones

Autores: Varios
Ilustrador: Lluís Sogorb
Formato: 13,5X21 cm
Tapa blanda con solapas
320 páginas
Ilustraciones BN

El libro se puede solicitar clicando sobre el carrito:

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Entre los diversos autores invitados a contar la experiencia lobuna más destacada de su vida se encuentra el autor del blog “Amigo Lobo”, que tiene el gusto de compartir con sus seguidores el texto publicado en el libro “ENCUENTROS CON LOBOS”, ilustrándolo con algunas de las fotografías originales obtenidas en aquella privilegiada situación, y que no aparecen publicadas en el libro.

Páginas 259 a 266: 

“Una experiencia poco común: asistir al parto de una loba”, por Carlos Sanz


Llevo trabajando con lobos desde hace más de cuarenta años, desde que en la primavera de 1975 tuve la suerte y el privilegio de incorporarme al equipo de El Hombre y la Tierra, que dirigía mi maestro y amigo Félix Rodríguez de la Fuente.

 Carlos Sanz con Félix Rodríguez de la Fuente, durante los rodajes de “El Hombre y la Tierra”.

Y desde entonces he criado más de cien lobos para películas, documentales, programas de televisión y todo tipo de proyectos audiovisuales relacionados con la conservación, la divulgación y la desmitificación del lobo ibérico. En todo este tiempo he podido admirar en varias ocasiones el parto de una loba, pero sin duda fue la primera vez la que más me impresionó, y la que quisiera relatar en este compendio de experiencias personales. 

Fue el 27 de junio de 1980 cuando tuve la enorme satisfacción de contemplar directamente una de las maravillas de la Naturaleza que pocas veces pueden ver los ojos del hombre: el comportamiento de una loba al traer al mundo su camada.

Aunque el período de gestación de aproximadamente dos meses es perfectamente conocido, no resulta fácil saber con exactitud cuál de los días en que la pareja está fuertemente encelada y se producen repetidas cópulas resulta fecundada la hembra. Sin embargo, aquella tarde observé una serie de circunstancias que me hicieron presagiar que esa sería la noche definitiva.

Nerón y Freya (*) disfrutaban desde los primeros días de la primavera de un amplio “cercado nupcial” en el entorno del pueblo abandonado de La Vereda (en la Sierra de Ayllón, Guadalajara), con abruptas rocas, centenarias encinas y apretados jarales, que les ofrecían abrigo, cama y cobijo. Y aquella vez me había extrañado que no acudiese Freya al escuchar el inconfundible ruido del vehículo “todo-terreno”, en el que habitualmente les llevaba su diario sustento.

Cuando estaba dando de comer a Nerón y me disponía a buscar a la loba, ésta apareció entre unas jaras, arrastrándose hacia mí en una actitud más sumisa de lo normal, insegura e inquieta. La acaricié y pude comprobar que tenía el vientre muy dilatado, llamándome la atención que le había bajado la leche de manera desmesurada en relación al día anterior, y tenía las ubres hinchadas y calientes.
Volví a casa, cogí el saco de dormir y regresé de nuevo a la sierra, arriesgándome a pasar la noche en vela, pero con el presentimiento de que en aquella ocasión podría disfrutar de un maravilloso espectáculo natural.

Cuando llegué de nuevo a La Vereda el cielo lucía una espléndida luna llena. Quizá no era más que una coincidencia, pero veintiocho días antes, también con luna llena, otra loba había alumbrado su camada en un cercado próximo. Lo que asimismo apoyaba mis expectativas…

Nerón y Freya salieron a recibirme. La loba “primeriza” acudió enseguida a buscar mis caricias y a lamerme la cara y las manos con gran efusividad. Nerón, fuerte macho de cinco años, que ya con anterioridad había sido “padre”, sabía perfectamente lo que a su compañera le estaba ocurriendo. Enormemente celoso de que Freya buscara mi compañía, adoptó a los pocos minutos una actitud realmente curiosa: comenzó a disputarme la loba, y mordiéndola en el cuello la tumbaba sobre el suelo e intentaba arrastrarla fuera de mi vista. Este comportamiento le reportó a Nerón varios mordiscos, pues Freya se zafaba y se revolvía contra él, viniendo de nuevo hacia mí.

Nerón arrastrando a Freya (que estaba a punto de parir...), 
para apartarla de la vista del fotógrafo.

Después Freya desapareció y me quedé solo con el macho. Intenté localizarla aprovechando la luminosidad de la luna, aunque sin éxito durante más de una hora, y fue el ruido de una jara seca que quebró al moverse lo que la delató.

Serían casi las doce de la noche y la loba mostraba un aspecto cansado, aunque no rechazó mis caricias mientras permanecía tumbada en una depresión del terreno, que sin duda había utilizado en anteriores ocasiones como cama. Empecé a frotarle suavemente el vientre, pensando que con ello podría estimular el parto, cuando a los pocos minutos noté una húmeda sensación en mis manos y comprobé que la loba acababa de “romper aguas”.

El reloj había cruzado ya la frontera de un nuevo día cuando observé las primeras contracciones uterinas de Freya, recostada en la que suponía iba a ser la cama escogida para parir. Pero de nuevo Nerón comenzó a hostigarla una y otra vez, intentando llevársela de mi presencia; y aunque ella le gruñía y no le dejaba acercarse, acabó por levantarse y se perdió nuevamente entre los matorrales.

Esta vez tardé menos en descubrir su paradero, pues no tuve más que seguir al celoso Nerón, que, como un consumado perro de muestra, marcó claramente el nuevo refugio de su pareja. Bajo una auténtica cúpula arbustiva, Freya se hallaba definitivamente tumbada, y tuve que romper unas cuantas jaras para abrirme paso hacia la admirable manifestación de vida que se iba a producir.

Puesto que casi estaba profanando aquellos momentos de mágica intimidad, y sus protagonistas me permitían permanecer insólitamente a un metro escaso de ellos, no quise perder la extraordinaria oportunidad de captar un testimonio gráfico de lo que estaba ocurriendo ante mi vista. Y así, mientras iluminaba tenuemente a la loba con una modesta linterna de petaca que sujetaba con la boca, procuraba enfocar como podía el objetivo de la cámara, aunque sin poder observar nítidamente los detalles a través del visor, y procuraba adivinar los momentos más llamativos para apretar el disparador y provocar el destello del flash…

Las contracciones seguían, cada vez con más frecuencia y menores intervalos. Mientras, la loba daba nerviosas vueltas sobre sí misma, intentando buscar la postura más cómoda. Faltaba poco para la una de la madrugada cuando por fin empezó a dilatar la vulva con fuertes contracciones y evidentes signos de dolor en su rostro, apareciendo poco a poco el saco vitelino que contenía el primer cachorro, a modo de globo transparente y relleno de líquido protector.

 Freya pariendo su primer cachorro

A pesar del agotamiento producido por el esfuerzo, Freya comenzó inmediatamente a ingerir los restos de la ensangrentada placenta, y haciendo gala de un admirable instinto maternal, se dedicó seguidamente a limpiar con minuciosidad el cuerpo húmedo e inerte del lobezno. Una vez que la loba cortó con sus muelas el cordón umbilical y se independizaron los dos cuerpos, el recién nacido empezó a dar muestras de autonomía vital, evidenciando sus palpitaciones cardíacas y sus movimientos respiratorios.

Tras cerca de cuarenta y cinco minutos de afanosa limpieza de su primogénito, la flamante madre sintió nuevas contracciones y se dispuso a expulsar de su vientre otro lobezno. En esta segunda ocasión su semblante denotó mayor esfuerzo y dolor, hasta el punto de que se me pasó por la imaginación la peregrina idea de ayudarla y convertirme en “comadrona”, pero obviamente  asumí  que jamás podría mejorar las magistrales leyes de la Naturaleza…

Resultaba enternecedor comprobar cómo la loba se esforzaba en alumbrar al segundo lobezno, lamiéndose la vulva para lubricarla y facilitar la expulsión, sin desatender un solo instante al recién nacido.  Con el mismo ritual de mimos y lametones obsequió Freya a su nuevo hijo; higiénico y delicado comportamiento que no dejó de simultanear con ambos cachorros durante un largo espacio de tiempo.


 Freya pariendo su segundo lobezno, y devorando la placenta ensangrentada

Transcurrido un intervalo superior al observado anteriormente – serían algo más de las tres de la madrugada -, supuse que ya no tendría más pequeños, pues la loba era “primeriza” y en principio no aparentaba ser muy prolífica. En esos momentos sentí el frescor de la noche y el cansancio, ausentes hasta entonces, y con una gran satisfacción por haber sido testigo de tan impresionante espectáculo, decidí hacer uso del saco de dormir durante unas horas.

 Carlos Sanz con Freya y sus dos primeros cachorros, 
de madrugada

Y cuál no sería mi sorpresa cuando, al despertarme poco después del amanecer y dirigirme a donde había dejado a Freya con sus lobeznos, no encontré dos sino ¡¡cinco cachorros!!. Mi sufrida amiga se había pasado casi toda la noche de parto, y aunque denotaba claros signos de agotamiento, estaba ya muy sosegada y alimentando plácida y relajadamente a su nueva familia.  

La contemplé en su maternal tarea durante algunos minutos y no pude resistir la tentación de acercarme a ella y a sus cachorros, aunque no sabía con certeza si en esta ocasión reaccionaría con mayor recelo o agresividad. No obstante, Freya no me defraudó, pues se mostró exactamente igual de afable y sumisa que siempre. Y lejos de pensar en una posible amenaza aceptaba complacida mis atenciones para con sus negros retoños, permitiéndome acariciarlos y arrancarlos literalmente de sus pezones, pudiendo comprobar que la camada estaba compuesta por cuatro preciosas hembras y un robusto macho, aún de cegados ojos y de perfecta constitución todos ellos.

 Carlos Sanz con Freya y sus cinco lobeznos, 
a los que había trasladado del lugar tras el parto,
 poco después del amanecer

La orgullosa “mamá” era absolutamente consciente de que, en aquellos momentos, nada debía temer de una persona que siempre le había demostrado protección y afecto. Y tampoco el macho, aunque más inquieto y receloso por su nueva familia, me impidió hostilmente que participase de aquellas transcendentales horas, incitando únicamente a su compañera para que trasladase a los cachorros a lugar más escondido.

Y únicamente quisiera añadir que aquella maravillosa e inolvidable experiencia la compartí con Pilar, mi compañera de aventuras lobunas y madre de mis dos “cachorros” (Miguel y Blanca), que hizo las fotografías que ilustran el final de este relato.


(*) Nerón  nació en estado salvaje en Villadiego (Burgos), y formaba parte de una camada de 5 lobeznos recién nacidos que el antiguo ICONA llevó en 1975 a Pelegrina (Guadalajara), en donde estaba el campamento de rodajes del programa de TVE “El Hombre y la Tierra”. Freya nació en cautividad en Pelegrina en 1977. Ambos fueron criados y “troquelados” por el autor de estas líneas.



Resumen del capítulo titulado “Una experiencia poco común: asistir al parto de una loba”, publicado en el libro ENCUENTROS CON LOBOS (páginas 259 a 266)

 Descargar resumen en pdf, Clicando Aquí.


CARLOS SANZ
Biólogo y fotógrafo naturalista. Ha participado en numerosas series de televisión sobre la Naturaleza ibérica y americana (El Hombre y la Tierra, La España Salvaje, Naturaleza Ibérica, De Polo a Polo, La Marisma y el Llano,…). Director de varios documentales (Pacto con Lobos, Coexistencia del Lobo y el Mundo Rural,…) y autor de diversas exposiciones fijas e itinerantes sobre el lobo ibérico (Amigo Lobo, Proyecto Wolf, Casa del Lobo de Belmonte, Centro del Lobo de La Garganta). Actualmente es el responsable del mantenimiento y manejo de los lobos en el Centro del Lobo Ibérico de Castilla y León.


Blog: http://amigolobocarlossanz.blogspot.com.es/


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