38 naturalistas e investigadores relatan las vivencias personales de campo que más les marcaron o les proporcionaron su recuerdo más intenso de entre sus experiencias protagonizadas por el lobo.
Una obra que nos muestra la emoción por el hecho de tener la inmensa fortuna de que todavía campe por nuestros montes este extraordinario y emblemático animal, con el fin de ahondar y extender la preocupación por su conservación.
Tundra Ediciones
Autores: Varios
Ilustrador: Lluís Sogorb
Formato: 13,5X21 cm
Tapa blanda con solapas
320 páginas
Ilustraciones BN
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Entre los
diversos autores invitados a contar la experiencia lobuna más destacada de su
vida se encuentra el autor del blog “Amigo Lobo”, que tiene el gusto de
compartir con sus seguidores el texto publicado en el libro “ENCUENTROS CON
LOBOS”, ilustrándolo con algunas de las fotografías originales obtenidas en
aquella privilegiada situación, y que no aparecen publicadas en el libro.
Páginas
259 a 266:
“Una
experiencia poco común: asistir al parto de una loba”, por Carlos Sanz
Llevo trabajando con lobos desde
hace más de cuarenta años, desde que en la primavera de 1975 tuve la suerte y
el privilegio de incorporarme al equipo de El Hombre y la Tierra, que dirigía
mi maestro y amigo Félix Rodríguez de la Fuente.
Carlos
Sanz con Félix Rodríguez de la Fuente, durante los rodajes de “El Hombre
y la Tierra”.
Y desde entonces he criado más de
cien lobos para películas, documentales, programas de televisión y todo tipo de
proyectos audiovisuales relacionados con la conservación, la divulgación y la
desmitificación del lobo ibérico. En todo este tiempo he podido admirar en
varias ocasiones el parto de una loba, pero sin duda fue la primera vez la que
más me impresionó, y la que quisiera relatar en este compendio de experiencias
personales.
Fue el 27 de junio de 1980
cuando tuve la enorme satisfacción de contemplar directamente una de las
maravillas de la Naturaleza que pocas veces pueden ver los ojos del hombre: el
comportamiento de una loba al traer al mundo su camada.
Aunque el período de gestación de
aproximadamente dos meses es perfectamente conocido, no resulta fácil saber con
exactitud cuál de los días en que la pareja está fuertemente encelada y se
producen repetidas cópulas resulta fecundada la hembra. Sin embargo, aquella
tarde observé una serie de circunstancias que me hicieron presagiar que esa
sería la noche definitiva.
Nerón y Freya
(*) disfrutaban desde los primeros días de la primavera de un amplio
“cercado nupcial” en el entorno del pueblo abandonado de La Vereda
(en la Sierra de Ayllón, Guadalajara), con abruptas rocas, centenarias encinas
y apretados jarales, que les ofrecían abrigo, cama y cobijo. Y aquella vez me
había extrañado que no acudiese Freya al escuchar el
inconfundible ruido del vehículo “todo-terreno”, en el que
habitualmente les llevaba su diario sustento.
Cuando estaba dando de comer a Nerón
y me disponía a buscar a la loba, ésta apareció entre unas jaras, arrastrándose
hacia mí en una actitud más sumisa de lo normal, insegura e inquieta. La
acaricié y pude comprobar que tenía el vientre muy dilatado, llamándome la
atención que le había bajado la leche de manera desmesurada en relación al día
anterior, y tenía las ubres hinchadas y calientes.
Volví a casa, cogí el saco de
dormir y regresé de nuevo a la sierra, arriesgándome a pasar la noche en vela,
pero con el presentimiento de que en aquella ocasión podría disfrutar de un
maravilloso espectáculo natural.
Cuando llegué de nuevo a La
Vereda el cielo lucía una espléndida luna llena. Quizá no era más que una
coincidencia, pero veintiocho días antes, también con luna llena, otra loba
había alumbrado su camada en un cercado próximo. Lo que asimismo apoyaba mis
expectativas…
Nerón y Freya
salieron a recibirme. La loba “primeriza” acudió enseguida a buscar
mis caricias y a lamerme la cara y las manos con gran efusividad. Nerón,
fuerte macho de cinco años, que ya con anterioridad había sido
“padre”, sabía perfectamente lo que a su compañera le estaba
ocurriendo. Enormemente celoso de que Freya buscara mi compañía,
adoptó a los pocos minutos una actitud realmente curiosa: comenzó a disputarme
la loba, y mordiéndola en el cuello la tumbaba sobre el suelo e intentaba
arrastrarla fuera de mi vista. Este comportamiento le reportó a Nerón
varios mordiscos, pues Freya se zafaba y se revolvía contra él,
viniendo de nuevo hacia mí.
Nerón arrastrando a
Freya (que estaba a punto de parir...),
para apartarla de la vista del fotógrafo.
Después Freya
desapareció y me quedé solo con el macho. Intenté localizarla aprovechando la
luminosidad de la luna, aunque sin éxito durante más de una hora, y fue el
ruido de una jara seca que quebró al moverse lo que la delató.
Serían casi las doce de la noche
y la loba mostraba un aspecto cansado, aunque no rechazó mis caricias mientras
permanecía tumbada en una depresión del terreno, que sin duda había utilizado
en anteriores ocasiones como cama. Empecé a frotarle suavemente el vientre,
pensando que con ello podría estimular el parto, cuando a los pocos minutos
noté una húmeda sensación en mis manos y comprobé que la loba acababa de
“romper aguas”.
El reloj había cruzado ya la
frontera de un nuevo día cuando observé las primeras contracciones uterinas de Freya,
recostada en la que suponía iba a ser la cama escogida para parir. Pero de
nuevo Nerón comenzó a hostigarla una y otra vez, intentando
llevársela de mi presencia; y aunque ella le gruñía y no le dejaba acercarse,
acabó por levantarse y se perdió nuevamente entre los matorrales.
Esta vez tardé menos en descubrir
su paradero, pues no tuve más que seguir al celoso Nerón, que,
como un consumado perro de muestra, marcó claramente el nuevo refugio de su
pareja. Bajo una auténtica cúpula arbustiva, Freya se hallaba
definitivamente tumbada, y tuve que romper unas cuantas jaras para abrirme paso
hacia la admirable manifestación de vida que se iba a producir.
Puesto que casi estaba profanando
aquellos momentos de mágica intimidad, y sus protagonistas me permitían
permanecer insólitamente a un metro escaso de ellos, no quise perder la
extraordinaria oportunidad de captar un testimonio gráfico de lo que estaba
ocurriendo ante mi vista. Y así, mientras iluminaba tenuemente a la loba con
una modesta linterna de petaca que sujetaba con la boca, procuraba enfocar como
podía el objetivo de la cámara, aunque sin poder observar nítidamente los
detalles a través del visor, y procuraba adivinar los momentos más llamativos
para apretar el disparador y provocar el destello del flash…
Las contracciones seguían, cada
vez con más frecuencia y menores intervalos. Mientras, la loba daba nerviosas
vueltas sobre sí misma, intentando buscar la postura más cómoda. Faltaba poco
para la una de la madrugada cuando por fin empezó a dilatar la vulva con
fuertes contracciones y evidentes signos de dolor en su rostro, apareciendo
poco a poco el saco vitelino que contenía el primer cachorro, a modo de globo
transparente y relleno de líquido protector.
Freya pariendo
su primer cachorro
A pesar del agotamiento producido
por el esfuerzo, Freya comenzó inmediatamente a ingerir los
restos de la ensangrentada placenta, y haciendo gala de un admirable instinto
maternal, se dedicó seguidamente a limpiar con minuciosidad el cuerpo húmedo e
inerte del lobezno. Una vez que la loba cortó con sus muelas el cordón
umbilical y se independizaron los dos cuerpos, el recién nacido empezó a dar
muestras de autonomía vital, evidenciando sus palpitaciones cardíacas y sus
movimientos respiratorios.
Tras cerca de cuarenta y cinco
minutos de afanosa limpieza de su primogénito, la flamante madre sintió nuevas
contracciones y se dispuso a expulsar de su vientre otro lobezno. En esta
segunda ocasión su semblante denotó mayor esfuerzo y dolor, hasta el punto de
que se me pasó por la imaginación la peregrina idea de ayudarla y convertirme
en “comadrona”, pero obviamente asumí que jamás podría mejorar
las magistrales leyes de la Naturaleza…
Resultaba enternecedor comprobar
cómo la loba se esforzaba en alumbrar al segundo lobezno, lamiéndose la vulva
para lubricarla y facilitar la expulsión, sin desatender un solo instante al
recién nacido. Con el mismo ritual de mimos y lametones obsequió Freya
a su nuevo hijo; higiénico y delicado comportamiento que no dejó de simultanear
con ambos cachorros durante un largo espacio de tiempo.
Freya pariendo su
segundo lobezno, y devorando la placenta ensangrentada
Transcurrido un intervalo
superior al observado anteriormente – serían algo más de las tres de la
madrugada -, supuse que ya no tendría más pequeños, pues la loba era
“primeriza” y en principio no aparentaba ser muy prolífica. En esos
momentos sentí el frescor de la noche y el cansancio, ausentes hasta entonces,
y con una gran satisfacción por haber sido testigo de tan impresionante
espectáculo, decidí hacer uso del saco de dormir durante unas horas.
Carlos Sanz con Freya y
sus dos primeros cachorros,
de madrugada
Y cuál no sería mi sorpresa
cuando, al despertarme poco después del amanecer y dirigirme a donde había
dejado a Freya con sus lobeznos, no encontré dos sino ¡¡cinco
cachorros!!. Mi sufrida amiga se había pasado casi toda la noche de parto, y
aunque denotaba claros signos de agotamiento, estaba ya muy sosegada y
alimentando plácida y relajadamente a su nueva familia.
La contemplé en su maternal tarea
durante algunos minutos y no pude resistir la tentación de acercarme a ella y a
sus cachorros, aunque no sabía con certeza si en esta ocasión reaccionaría con
mayor recelo o agresividad. No obstante, Freya no me defraudó,
pues se mostró exactamente igual de afable y sumisa que siempre. Y lejos de
pensar en una posible amenaza aceptaba complacida mis atenciones para con sus
negros retoños, permitiéndome acariciarlos y arrancarlos literalmente de sus
pezones, pudiendo comprobar que la camada estaba compuesta por cuatro preciosas
hembras y un robusto macho, aún de cegados ojos y de perfecta constitución
todos ellos.
Carlos Sanz con Freya y sus cinco lobeznos,
a los que había trasladado del lugar tras el parto,
poco después del amanecer
La orgullosa “mamá”
era absolutamente consciente de que, en aquellos momentos, nada debía temer de
una persona que siempre le había demostrado protección y afecto. Y tampoco el
macho, aunque más inquieto y receloso por su nueva familia, me impidió
hostilmente que participase de aquellas transcendentales horas, incitando
únicamente a su compañera para que trasladase a los cachorros a lugar más
escondido.
Y únicamente quisiera añadir que aquella maravillosa e inolvidable experiencia la compartí con Pilar, mi compañera de aventuras lobunas y madre de mis dos “cachorros” (Miguel y Blanca), que hizo las fotografías que ilustran el final de este relato.
(*) Nerón nació en
estado salvaje en Villadiego (Burgos), y formaba parte de una camada de 5
lobeznos recién nacidos que el antiguo ICONA llevó en 1975 a Pelegrina
(Guadalajara), en donde estaba el campamento de rodajes del programa de TVE
“El Hombre y la Tierra”. Freya nació en cautividad en
Pelegrina en 1977. Ambos fueron criados y “troquelados” por el
autor de estas líneas.
Resumen del capítulo titulado “Una experiencia poco común: asistir al parto de una loba”, publicado en el libro ENCUENTROS CON LOBOS (páginas 259 a 266)
CARLOS SANZ
Biólogo y fotógrafo naturalista.
Ha participado en numerosas series de televisión sobre la Naturaleza ibérica y
americana (El Hombre y la Tierra, La España Salvaje, Naturaleza Ibérica, De
Polo a Polo, La Marisma y el Llano,…). Director de varios documentales
(Pacto con Lobos, Coexistencia del Lobo y el Mundo Rural,…) y autor de
diversas exposiciones fijas e itinerantes sobre el lobo ibérico (Amigo Lobo, Proyecto
Wolf, Casa del Lobo de Belmonte, Centro del Lobo de La Garganta). Actualmente
es el responsable del mantenimiento y manejo de los lobos en el Centro del Lobo
Ibérico de Castilla y León.
Blog: http://amigolobocarlossanz.blogspot.com.es/