Chronica
naturae, 5: 7-15 (2015)
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http://www.hombreyterritorio.
El hombre y el lobo: crónica de una
difícil –pero posible y deseable– coexistencia.
Carlos Sanz
Biólogo y fotógrafo naturalista de las series de
TVE El Hombre y la Tierra, La España
Salvaje, Naturaleza
Ibérica, De Polo a Polo, La
Marisma y el Llano,… Director de los
documentales Pacto con Lobos y Coexistencia del Lobo y
el Mundo Rural. Coautor del libro Amigo
Lobo y autor de las exposiciones itinerantes Leyenda
y realidad del Lobo Ibérico y Proyecto Wolf: Wild Life & Farmers.
Web Amigo Lobo: http://carlossanzamigolobo.com
Blog Amigo Lobo: http://amigolobocarlossanz.blogspot.com.es
Las relaciones entre los dos cazadores sociales
más poderosos del Hemisferio Norte, el hombre y el lobo, estuvieron marcadas
por un mutuo respeto entre ambas especies durante todo el Paleolítico.
Relaciones impregnadas asimismo por una mezcla de sentimientos de admiración, veneración y temor por parte de
los humanos hacia los cánidos. Y aunque compitieran asiduamente por el alimento
durante sus correrías de caza, e incluso pudieran convertirse en potenciales
presas los unos de los otros puntual y esporádicamente, su interdependencia sería más bien de cierto
comensalismo durante miles de años, aprovechándose frecuentemente cada uno de
ellos de los restos de las cacerías realizadas por sus “rivales”.
Aquellos lobos primitivos merodearían con
frecuencia los campamentos nómadas y las cuevas en las que vivían y se
cobijaban nuestros prehistóricos antecesores, atraídos por los restos de comida
y por los despojos que éstos desechaban tras abatir un ciervo, un jabalí o un
corzo. Y de igual modo nuestros antepasados observarían a distancia cómo las
veloces y bien estructuradas manadas de lobos eran capaces de abatir piezas
incluso de mayor fuerza y envergadura, tales como aquellos caballos salvajes y
bisontes que ellos mismos plasmaron en santuarios rupestres como el de
Altamira, hace ya muchos miles de años. Y sin duda intentarían arrebatarles más
de una vez las presas cobradas tras el lance venatorio, intimidándoles con sus
rústicas herramientas de piedra, lanzas o antorchas, o bien esperarían a que
los lobos saciasen su hambre para aprovechar a continuación los restos de los
herbívoros semidevorados.
01. Las relaciones entre el hombre y el lobo
estuvieron marcadas por un mutuo respeto y cierto grado de tolerancia y
colaboración entre ambas especies durante todo el Paleolítico.
La coexistencia en los mismos territorios de
caza, una cierta tolerancia y la mutua colaboración que con frecuencia se
produciría entre ambas especies para conseguir el alimento, fueron
circunstancias que antes o después serían aprovechadas por nuestros antepasados
para lograr alianzas cinegéticas con los lobos y para alcanzar fórmulas de
convivencia que fueran beneficiosas para ambas especies.
Pues hace ya más de treinta mil años los
primeros cachorros de lobo fueron criados en el seno de algún clan humano,
probablemente con la leche de alguna mujer que estuviera amamantando a su
propio hijo, o que lo hubiera perdido por alguna trágica circunstancia… Y aquellos
cachorros “agradecidos”, que tal vez hubieran perdido también a su propia
madre, y que fueron creciendo al calor de las hogueras y del afecto de sus
padres adoptivos, poco a poco se fueron adaptando a vivir en armonía con los
componentes de aquella otra manada humana que tenía comportamientos sociales y
marcadamente jerarquizados, muy similares a los de los propios clanes lobunos.
Con el paso de los años, aquellos primeros lobos
“domesticados” acabarían criando a sus propias camadas al abrigo de las cuevas
y refugios naturales que compartían con los humanos. Y los nuevos lobeznos
nacidos ya junto a niños llorones y traviesos, estrecharían sus lazos de unión
y amistad con aquellos otros “lobos de dos patas” que les proporcionaban
alimentos, jugaban con ellos y les ofrecían protección ante cualquier peligro.
Protección y defensa que sin duda sería mutua, pues los sentidos más agudizados
de los cánidos advertirían a sus aliados de la proximidad de posibles enemigos,
e incluso se enfrentarían a ellos con ferocidad y decisión en caso necesario.
02. Nuestros antepasados observarían con
frecuencia cómo las veloces y bien estructuradas manadas de lobos eran capaces
de abatir presas de gran fuerza y tamaño, como ciervos, jabalíes, caballos e
incluso bisontes. Y sin duda compartirían su carne en numerosas ocasiones.
03. Hace más de treinta mil años que los
primeros cachorros de lobo fueron criados por los humanos, probablemente con la
leche de alguna mujer que estuviera amamantando a la vez a su propio hijo.
Este hipotético proceso de convergencia y
solidaridad entre dos especies eminentemente sociales, que convirtió al lobo en
la primera especie domesticada por el hombre, se habrá repetido con total
seguridad en múltiples ocasiones a lo largo de la historia de la Humanidad (no
necesariamente de forma simultánea), y en diversas regiones de la extensa área
de distribución geográfica que secularmente han compartido.
Y aunque obviamente este trascendental
acontecimiento tendría lugar por primera vez en algún lugar concreto de nuestro
Planeta (al parecer en Europa, hace unos 30.000 años, según investigaciones
recientes), este proceso habrá sido experimentado por diversas tribus y razas
humanas primitivas de Eurasia y Norteamérica, de forma independiente; y con
toda probabilidad sobre distintas subespecies de lobos, tanto sobre las que
todavía perviven en nuestros días como sobre otras ya extinguidas, y que
antiguamente habitaban la práctica totalidad de los territorios holárticos.
Pero el “pacto de convivencia”, respeto y mutua
colaboración sellado entre los dos grandes cazadores sociales durante el
Paleolítico, y que con el trascurso de los siglos permitió la trasformación del
lobo en “perro”, se rompió de forma dramática y radical hace unos ocho o diez
mil años, durante el Neolítico. Desde que el hombre se hizo agricultor y
ganadero, cuando empezó a cultivar la tierra y a domesticar a multitud de
especies de plantas y animales en su propio beneficio, haciéndose amo y señor
de todo lo creado…
Paradójicamente, la primera especie domesticada
por nuestros antepasados, y que hoy consideramos como el “mejor amigo del
hombre”, se convirtió de repente en su “peor enemigo”… Pues los lobos que
permanecían libres y salvajes, y que no estaban bajo el dominio y la influencia
directa de los humanos, aprendieron enseguida que los animales criados por
éstos resultaban ser presas mucho más vulnerables y fáciles de capturar que los
ciervos, jabalíes, liebres y demás herbívoros silvestres, que eran capaces de
defenderse mejor y de correr más velozmente que las ovejas, cabras, potros y
terneros… Y el conflicto no tardó en llegar y en generalizarse, pues el lobo ya
no era solo un “competidor” a la hora de cazar presas silvestres, sino que se
convirtió en un ladrón que atacaba ganados y otros animales que el hombre
consideraba “suyos”, y en un enemigo que amenazaba sus intereses económicos.
04. Con el paso de los años, aquellos primeros
lobos “domesticados” acabarían criando a sus propias camadas al abrigo de las
cuevas y refugios naturales que compartían con los humanos, y poco a poco se
fueron transformando en lo que hoy llamamos “el mejor amigo del hombre”.
Y como ya sabemos que los humanos no aceptamos
de buen grado a los competidores –ni siquiera a los de nuestra propia especie
–, pues mucho menos a cualquier otra especie animal que pueda poner en riesgo
nuestros propios intereses. Y aquí radica el origen de una rivalidad ancestral,
de una guerra a muerte declarada contra el lobo a lo largo de los siglos, y que
ha perdurado hasta los albores del Siglo XXI.
No obstante, la coexistencia entre los dos
grandes predadores ha sido posible y se ha mantenido durante miles de años en
la mayor parte del área de distribución compartida por ambos. Y el hombre ha
aprendido a convivir con el lobo y a defenderse de los ataques a sus ganados
con la inestimable ayuda y complicidad de sus “parientes domésticos”, y con
infinidad de ingenios y artilugios de todo tipo. E incluso las culturas humanas
más “primitivas” y respetuosas con la Naturaleza que han subsistido hasta nuestros
días, como algunas tribus indígenas de Norteamérica, siempre han admirado y
respetado a los lobos por su fuerza, por su belleza y por su espíritu de grupo
a la hora de cazar, e incluso los han considerado tradicionalmente como animales
sagrados y totémicos.
Pero casi todas las culturas pastoriles y
ganaderas, tanto las nómadas como las sedentarias, declararon al lobo una lucha
despiadada y sin cuartel, que ha tenido lugar ininterrumpidamente a lo largo de
los siglos, y que ha perdurado hasta la época actual.
05. El lobo, que fue la primera especie
domesticada por nuestros prehistóricos antepasados, se convirtió
paradójicamente en su “peor enemigo” cuando el hombre se hizo agricultor y
ganadero, durante el Neolítico. Cuando los cánidos salvajes empezaron a atacar
a las presas que los humanos consideraban como “suyas”...
06 y 07. Las culturas pastoriles y ganaderas
declararon al lobo una guerra a muerte, una lucha sin cuartel que ha tenido
lugar ininterrumpidamente a lo largo de los siglos, y que ha perdurado hasta
nuestros días.
Lanzas, flechas, armas de fuego, lazos, cepos,
fosos de piedra, trampas de todo tipo, y especialmente venenos, han sido
empleados profusamente a lo largo de la historia para capturar y matar a los
lobos. Y no sólo para defender a los ganados de los ataques de los cánidos
salvajes, sino también para acabar con supuestos “devoradores de hombres” y con
un animal que encarnaba al mismísimo diablo en la simbología de ciertas
culturas religiosas, sobre todo en Europa y a partir de la Edad Media.
El caso es que por proteger intereses
económicos, por miedo a posibles ataques a personas, o por ignorancia y
superstición, el lobo se convirtió durante siglos en el “enemigo público número
uno” y en el chivo expiatorio sobre el que los humanos descargaron secularmente
su odio y su agresividad. Y en consecuencia se dictaron todo tipo de leyes,
edictos, cédulas reales y proclamas en su contra, con el ánimo y el propósito
explícito de lograr su total exterminio en buena parte de su área de
distribución, principalmente en los países más “civilizados”… Objetivo que se
fue consiguiendo a lo largo de las últimas centurias, y especialmente durante
la primera mitad del Siglo XX, tanto en regiones insulares de la Vieja Europa (Irlanda,
Islandia y las Islas Británicas), como en la mayor parte de los países
occidentales del continente europeo, tales como Francia, Bélgica, Holanda,
Luxemburgo, Dinamarca, Alemania, Suiza, Austria, Suecia y Noruega. Y la misma
suerte corrieron sus congéneres norteamericanos, pues salvo en Canadá y Alaska,
fueron prácticamente exterminados de todos los Estados Unidos y de México.
El progresivo y continuado declive del lobo
alcanzó su mínimo histórico a finales de los años 60 del pasado siglo, cuando
muchas poblaciones habían desaparecido totalmente de la faz de la Tierra, y unas pocas
luchaban desesperadamente por sobrevivir. Y este era precisamente el caso de
los últimos lobos ibéricos, que en aquella época apenas contaban con unos
efectivos de 300-400 ejemplares y parecían abocados asimismo a una inminente
extinción. Pues conviene recordar que en la España de los años 50 y 60 estaban vigentes las
tristemente célebres “Juntas Provinciales de Extinción de Animales Dañinos”,
que pretendían acabar con todo tipo de animales carnívoros o predadores (a los
que se denominaban “alimañas”), y que premiaban con recompensas y dinero
público a todo aquel que matara a un águila, a un buitre, a un halcón, a un
búho, a un lince, a una nutria... y especialmente a un lobo.
08, 09 y 10. Armas, venenos, trampas y
artilugios de todo tipo han sido empleados profusamente a lo largo de la
historia para capturar y matar a los lobos, promulgándose un sinfín de leyes,
edictos, cédulas reales y proclamas en su contra, con el ánimo y el propósito
explícito de lograr su total exterminio, principalmente en los países más
“civilizados”…
Pero afortunadamente para nuestros últimos lobos
y para el conjunto de nuestra privilegiada Naturaleza, en aquellos años apareció en escena
un personaje carismático y singular, que empezó a defender pública y
apasionadamente a una especie que hasta entonces era temida, odiada y
perseguida por la mayor parte de la población, enseñando a la sociedad española
cómo eran y cómo vivían realmente los lobos, y rompiendo el mito de la supuesta
ferocidad y agresividad hacia las personas. Félix Rodríguez de la Fuente inició por aquel
entonces una eficaz campaña de sensibilización y divulgación en su defensa, y
logró que el lobo dejara de ser considerado como una “alimaña” a la que había
que exterminar por todos los medios posibles, y pasara a ser catalogado como
especie cinegética en la Ley
de Caza de 1970, en virtud de la cual únicamente podría cazarse en las zonas,
en las épocas y con los métodos legalmente autorizados.
Y a partir de ese momento el lobo empezó a
recuperarse poco a poco en nuestra Península, y a recolonizar espacios
naturales de los que había sido expulsado en las décadas anteriores. Y a la
espera de un censo actualizado a nivel nacional, cuya publicación está prevista
para principios de 2015, la población de lobos ibéricos se estima actualmente
en unos 250 ó 300 grupos reproductores, con unos efectivos totales que oscilan
entre los 1500 y los 2500 ejemplares, con notables variaciones estacionales e interanuales.
11. Félix Rodríguez de la Fuente desarrolló una
eficaz campaña de sensibilización y divulgación en defensa del lobo ibérico
entre los años 60 y 70 del pasado siglo, y logró que dejara de ser considerado
como una “alimaña” a la que había que exterminar por todos los medios posibles,
y pasara a ser catalogado como especie cinegética en la Ley de Caza de 1970.
12.- La población de lobos ibéricos se ha ido
recuperando lenta pero progresivamente, y actualmente se estima en unos 250 ó
300 grupos reproductores, con unos efectivos totales que oscilan entre los 1500
y los 2500 ejemplares.
Conviene reseñar, por otra parte, que la década
de los 70 del pasado siglo supuso un punto de inflexión en la conservación del
lobo a nivel mundial, y no sólo en España. Pues la mentalidad sobre la especie
empezaba a cambiar en la sociedad, y ya en 1973 tuvo lugar en Estocolmo la Primera Reunión
del Grupo de Especialistas del Lobo de la UICN (en la que participó entre otros
el Dr. Rodríguez de la Fuente),
que redactó el Manifiesto y Directrices para la Conservación del Lobo.
En dicho documento se proponía por primera vez la redacción de planes de
gestión, la indemnización de daños, la investigación y la zonificación como
métodos adecuados para gestionar a la especie. Y entre las conclusiones
aprobadas vale la pena destacar una que ha servido de referencia para
posteriores normativas relacionadas con la protección del cánido:
“El lobo, como todo animal salvaje,
tiene el derecho de existir en su estado natural. Este derecho no depende de su
utilidad para el hombre, y deriva del que tienen todos los seres vivos a
coexistir con él como parte integrante de los sistemas ecológicos”.
También en 1973 se aprobó en los EEUU la segunda
Ley de Especies en Peligro de
Extinción, que incluyó al lobo como tal en todos los
Estados, excepto en Alaska. Y a partir de aquellas fechas se han ido
promulgando numerosas Leyes, Directivas, Resoluciones y normativas legales de
todo tipo a favor de su conservación, que han dado un “respiro” al lobo y le
están permitiendo recuperar lentamente sus poblaciones y reconquistar
territorios perdidos en
numerosos países, como Francia, Alemania, Suiza, Austria, Suecia o Noruega. Y
también en España está volviendo a ocupar de forma natural espacios de los que
había sido erradicado hace más de 30, 40 ó 50 años.
Pero lo que sin duda es una buena noticia desde
el punto de vista de la conservación y de la recuperación de una especie mítica
y emblemática de nuestra biodiversidad, cuya existencia resulta fundamental
para el mantenimiento del equilibrio biológico de los ecosistemas en los que
habita, no es tan buena noticia desde el punto de vista de los ganaderos. Pues
sobre todo en las áreas de reciente recolonización vuelve a plantearse el
eterno conflicto de intereses entre el hombre y el lobo. Agudizado en nuestros
días por los continuos enfrentamientos entre las distintas visiones y posturas
sobre el lobo que, cada vez más radicalizadas, defienden los diferentes
colectivos de ganaderos, cazadores y ecologistas.
Se plantea de nuevo el reto de lograr la
convivencia entre el lobo y los intereses de los distintos agentes implicados
de una u otra forma en su gestión y conservación. Y alcanzar esa coexistencia
armónica y equilibrada es difícil, pero sin duda es posible y resulta deseable
e imprescindible en el Siglo XXI. Únicamente hace falta un poco de buena
voluntad por parte de todos, y un diálogo constructivo que respete las
diferentes posturas y puntos de vista de los diferentes colectivos, evitando
los planteamientos radicales y extremistas que no aportan soluciones reales y
sólo aumentan los enfrentamientos y discrepancias, resultando finalmente el
lobo el mayor perjudicado.
La gestión del lobo debiera hacerse, pues, de
forma inteligente y objetiva, sin apasionamientos ni presiones de ningún tipo,
y en base a censos fiables y actualizados de sus efectivos poblacionales. Y
además precisa de un espíritu de colaboración y co-responsabilidad por parte de
todos los interesados en su conservación: Administraciones públicas,
científicos e investigadores, ONGs y colectivos ecologistas, sindicatos y
representantes agroganaderos, federaciones de cazadores, guardería cinegética y
medioambiental, medios de comunicación...
14.- Alcanzar una coexistencia armónica y equilibrada
entre el hombre y el lobo es difícil, pero sin duda es posible y resulta
deseable e imprescindible en el Siglo XXI. Únicamente hace falta un poco de
buena voluntad por parte de todos, y un diálogo constructivo que respete las
diferentes posturas y puntos de vista de los distintos colectivos implicados en
la conservación y gestión del lobo
En nuestro país tenemos actualmente la mayor
población de lobos de toda Europa Occidental. Y las Administraciones públicas han elaborado en
los últimos años una Estrategia Nacional y diversos Planes de Gestión
Autonómicos para garantizar su conservación a medio y largo plazo. Todas estas
normativas jurídicas, discutibles y mejorables sin duda, pretenden asegurar la
presencia del Lobo en su medio natural, promoviendo la adopción de todas las
medidas necesarias para prevenir y minimizar los posibles daños a los ganados,
compensar de la mejor manera posible las pérdidas económicas producidas, y
controlar la población de la especie dentro de unos límites razonables y asumibles
por la Sociedad. Y
además pretenden fomentar un mayor conocimiento sobre el lobo a través de la
investigación, la educación y la sensibilización, e intentan buscar soluciones
para eliminar o paliar los diversos factores que actualmente amenazan su supervivencia,
tales como el furtivismo, la destrucción de sus hábitats naturales, la
fragmentación de sus territorios, los atropellos en vías de comunicación o la
posible hibridación con perros asilvestrados.
Pero por mucho que las distintas Administraciones
intenten adoptar todo tipo de medidas e iniciativas para garantizar la
coexistencia del Lobo y el Mundo Rural (medidas que nunca serán del gusto de
todos…), de nada servirán si no se alcanzan acuerdos consensuados entre los
diversos actores sociales que de una u otra forma están implicados en la
“guerra del lobo”, cediendo todos un poco en sus respectivas exigencias y
expectativas, y respetando los intereses y planteamientos de los demás.
15 y 16.- Es preciso
fomentar un mayor conocimiento objetivo y real sobre el lobo, a través de la
investigación, la educación y la sensibilización de la sociedad. Y asimismo hay
que luchar contra los falsos mitos, leyendas y supersticiones que todavía hoy
se encuentran arraigados en la “sabiduría popular” y en el subconsciente de
muchas personas, sobre todo en el medio rural.
El lobo es realmente un animal fascinante,
mítico y emblemático. Una auténtica joya de nuestra biodiversidad. Un
superviviente nato con una gran capacidad de adaptación que ha conseguido
llegar hasta nuestros días “contra viento y marea”, y cuyo futuro está ahora en
nuestras manos….Al lobo hay que conocerlo, hay que valorarlo, hay que
respetarlo, hay que conservarlo y hay que protegerlo…¡Pero no a ultranza!. Y
siempre buscando una convivencia lo más armónica y pacífica posible con las
actividades humanas tradicionales.
Y tal vez convendría recordar aquí las palabras
de nuestro querido y añorado “Amigo Félix”:
Que el lobo viva donde pueda y
donde deba vivir, para que en las noches españolas no dejen de escucharse los
hermosos aullidos del lobo.
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CHRONICA NATURAE, n º5
(2015) Carlos Sanz
El hombre y el Lobo: Crónica de una difícil
-pero posible y deseable- coexistencia
(2015) Carlos Sanz
El hombre y el Lobo: Crónica de una difícil
-pero posible y deseable- coexistencia
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