miércoles, 22 de abril de 2015

Artículo de Carlos Sanz en la revista digital Chronica Naturae

El investigador invitado
  
El hombre y el lobo: crónica de una difícil –pero posible y deseable– coexistencia.
Carlos Sanz

Biólogo y fotógrafo naturalista de las series de TVE El Hombre y la Tierra, La España Salvaje, Naturaleza Ibérica, De Polo a Polo, La Marisma y el Llano,… Director de los documentales Pacto con Lobos y Coexistencia del Lobo y el Mundo Rural. Coautor del libro Amigo Lobo y autor de las exposiciones itinerantes Leyenda y realidad del Lobo Ibérico y Proyecto Wolf: Wild Life & Farmers.




Las relaciones entre los dos cazadores sociales más poderosos del Hemisferio Norte, el hombre y el lobo, estuvieron marcadas por un mutuo respeto entre ambas especies durante todo el Paleolítico. Relaciones impregnadas asimismo por una mezcla de sentimientos de admiración, veneración y temor por parte de los humanos hacia los cánidos. Y aunque compitieran asiduamente por el alimento durante sus correrías de caza, e incluso pudieran convertirse en potenciales presas los unos de los otros puntual y esporádicamente, su interdependencia sería más bien de cierto comensalismo durante miles de años, aprovechándose frecuentemente cada uno de ellos de los restos de las cacerías realizadas por sus “rivales”.

Aquellos lobos primitivos merodearían con frecuencia los campamentos nómadas y las cuevas en las que vivían y se cobijaban nuestros prehistóricos antecesores, atraídos por los restos de comida y por los despojos que éstos desechaban tras abatir un ciervo, un jabalí o un corzo. Y de igual modo nuestros antepasados observarían a distancia cómo las veloces y bien estructuradas manadas de lobos eran capaces de abatir piezas incluso de mayor fuerza y envergadura, tales como aquellos caballos salvajes y bisontes que ellos mismos plasmaron en santuarios rupestres como el de Altamira, hace ya muchos miles de años. Y sin duda intentarían arrebatarles más de una vez las presas cobradas tras el lance venatorio, intimidándoles con sus rústicas herramientas de piedra, lanzas o antorchas, o bien esperarían a que los lobos saciasen su hambre para aprovechar a continuación los restos de los herbívoros semidevorados.

01. Las relaciones entre el hombre y el lobo estuvieron marcadas por un mutuo respeto y cierto grado de tolerancia y colaboración entre ambas especies durante todo el Paleolítico.

La coexistencia en los mismos territorios de caza, una cierta tolerancia y la mutua colaboración que con frecuencia se produciría entre ambas especies para conseguir el alimento, fueron circunstancias que antes o después serían aprovechadas por nuestros antepasados para lograr alianzas cinegéticas con los lobos y para alcanzar fórmulas de convivencia que fueran beneficiosas para ambas especies.

Pues hace ya más de treinta mil años los primeros cachorros de lobo fueron criados en el seno de algún clan humano, probablemente con la leche de alguna mujer que estuviera amamantando a su propio hijo, o que lo hubiera perdido por alguna trágica circunstancia… Y aquellos cachorros “agradecidos”, que tal vez hubieran perdido también a su propia madre, y que fueron creciendo al calor de las hogueras y del afecto de sus padres adoptivos, poco a poco se fueron adaptando a vivir en armonía con los componentes de aquella otra manada humana que tenía comportamientos sociales y marcadamente jerarquizados, muy similares a los de los propios clanes lobunos.

Con el paso de los años, aquellos primeros lobos “domesticados” acabarían criando a sus propias camadas al abrigo de las cuevas y refugios naturales que compartían con los humanos. Y los nuevos lobeznos nacidos ya junto a niños llorones y traviesos, estrecharían sus lazos de unión y amistad con aquellos otros “lobos de dos patas” que les proporcionaban alimentos, jugaban con ellos y les ofrecían protección ante cualquier peligro. Protección y defensa que sin duda sería mutua, pues los sentidos más agudizados de los cánidos advertirían a sus aliados de la proximidad de posibles enemigos, e incluso se enfrentarían a ellos con ferocidad y decisión en caso necesario.

02. Nuestros antepasados observarían con frecuencia cómo las veloces y bien estructuradas manadas de lobos eran capaces de abatir presas de gran fuerza y tamaño, como ciervos, jabalíes, caballos e incluso bisontes. Y sin duda compartirían su carne en numerosas ocasiones.

03. Hace más de treinta mil años que los primeros cachorros de lobo fueron criados por los humanos, probablemente con la leche de alguna mujer que estuviera amamantando a la vez a su propio hijo.


Este hipotético proceso de convergencia y solidaridad entre dos especies eminentemente sociales, que convirtió al lobo en la primera especie domesticada por el hombre, se habrá repetido con total seguridad en múltiples ocasiones a lo largo de la historia de la Humanidad (no necesariamente de forma simultánea), y en diversas regiones de la extensa área de distribución geográfica que secularmente han compartido.

Y aunque obviamente este trascendental acontecimiento tendría lugar por primera vez en algún lugar concreto de nuestro Planeta (al parecer en Europa, hace unos 30.000 años, según investigaciones recientes), este proceso habrá sido experimentado por diversas tribus y razas humanas primitivas de Eurasia y Norteamérica, de forma independiente; y con toda probabilidad sobre distintas subespecies de lobos, tanto sobre las que todavía perviven en nuestros días como sobre otras ya extinguidas, y que antiguamente habitaban la práctica totalidad de los territorios holárticos.

Pero el “pacto de convivencia”, respeto y mutua colaboración sellado entre los dos grandes cazadores sociales durante el Paleolítico, y que con el trascurso de los siglos permitió la trasformación del lobo en “perro”, se rompió de forma dramática y radical hace unos ocho o diez mil años, durante el Neolítico. Desde que el hombre se hizo agricultor y ganadero, cuando empezó a cultivar la tierra y a domesticar a multitud de especies de plantas y animales en su propio beneficio, haciéndose amo y señor de todo lo creado…

Paradójicamente, la primera especie domesticada por nuestros antepasados, y que hoy consideramos como el “mejor amigo del hombre”, se convirtió de repente en su “peor enemigo”… Pues los lobos que permanecían libres y salvajes, y que no estaban bajo el dominio y la influencia directa de los humanos, aprendieron enseguida que los animales criados por éstos resultaban ser presas mucho más vulnerables y fáciles de capturar que los ciervos, jabalíes, liebres y demás herbívoros silvestres, que eran capaces de defenderse mejor y de correr más velozmente que las ovejas, cabras, potros y terneros… Y el conflicto no tardó en llegar y en generalizarse, pues el lobo ya no era solo un “competidor” a la hora de cazar presas silvestres, sino que se convirtió en un ladrón que atacaba ganados y otros animales que el hombre consideraba “suyos”, y en un enemigo que amenazaba sus intereses económicos.

04. Con el paso de los años, aquellos primeros lobos “domesticados” acabarían criando a sus propias camadas al abrigo de las cuevas y refugios naturales que compartían con los humanos, y poco a poco se fueron transformando en lo que hoy llamamos “el mejor amigo del hombre”.


Y como ya sabemos que los humanos no aceptamos de buen grado a los competidores –ni siquiera a los de nuestra propia especie –, pues mucho menos a cualquier otra especie animal que pueda poner en riesgo nuestros propios intereses. Y aquí radica el origen de una rivalidad ancestral, de una guerra a muerte declarada contra el lobo a lo largo de los siglos, y que ha perdurado hasta los albores del Siglo XXI.

No obstante, la coexistencia entre los dos grandes predadores ha sido posible y se ha mantenido durante miles de años en la mayor parte del área de distribución compartida por ambos. Y el hombre ha aprendido a convivir con el lobo y a defenderse de los ataques a sus ganados con la inestimable ayuda y complicidad de sus “parientes domésticos”, y con infinidad de ingenios y artilugios de todo tipo. E incluso las culturas humanas más “primitivas” y respetuosas con la Naturaleza que han subsistido hasta nuestros días, como algunas tribus indígenas de Norteamérica, siempre han admirado y respetado a los lobos por su fuerza, por su belleza y por su espíritu de grupo a la hora de cazar, e incluso los han considerado tradicionalmente como animales sagrados y totémicos.

Pero casi todas las culturas pastoriles y ganaderas, tanto las nómadas como las sedentarias, declararon al lobo una lucha despiadada y sin cuartel, que ha tenido lugar ininterrumpidamente a lo largo de los siglos, y que ha perdurado hasta la época actual.

05. El lobo, que fue la primera especie domesticada por nuestros prehistóricos antepasados, se convirtió paradójicamente en su “peor enemigo” cuando el hombre se hizo agricultor y ganadero, durante el Neolítico. Cuando los cánidos salvajes empezaron a atacar a las presas que los humanos consideraban como “suyas”...

06 y 07. Las culturas pastoriles y ganaderas declararon al lobo una guerra a muerte, una lucha sin cuartel que ha tenido lugar ininterrumpidamente a lo largo de los siglos, y que ha perdurado hasta nuestros días.


Lanzas, flechas, armas de fuego, lazos, cepos, fosos de piedra, trampas de todo tipo, y especialmente venenos, han sido empleados profusamente a lo largo de la historia para capturar y matar a los lobos. Y no sólo para defender a los ganados de los ataques de los cánidos salvajes, sino también para acabar con supuestos “devoradores de hombres” y con un animal que encarnaba al mismísimo diablo en la simbología de ciertas culturas religiosas, sobre todo en Europa y a partir de la Edad Media.

El caso es que por proteger intereses económicos, por miedo a posibles ataques a personas, o por ignorancia y superstición, el lobo se convirtió durante siglos en el “enemigo público número uno” y en el chivo expiatorio sobre el que los humanos descargaron secularmente su odio y su agresividad. Y en consecuencia se dictaron todo tipo de leyes, edictos, cédulas reales y proclamas en su contra, con el ánimo y el propósito explícito de lograr su total exterminio en buena parte de su área de distribución, principalmente en los países más “civilizados”… Objetivo que se fue consiguiendo a lo largo de las últimas centurias, y especialmente durante la primera mitad del Siglo XX, tanto en regiones insulares de la Vieja Europa (Irlanda, Islandia y las Islas Británicas), como en la mayor parte de los países occidentales del continente europeo, tales como Francia, Bélgica, Holanda, Luxemburgo, Dinamarca, Alemania, Suiza, Austria, Suecia y Noruega. Y la misma suerte corrieron sus congéneres norteamericanos, pues salvo en Canadá y Alaska, fueron prácticamente exterminados de todos los Estados Unidos y de México.

El progresivo y continuado declive del lobo alcanzó su mínimo histórico a finales de los años 60 del pasado siglo, cuando muchas poblaciones habían desaparecido totalmente de la faz de la Tierra, y unas pocas luchaban desesperadamente por sobrevivir. Y este era precisamente el caso de los últimos lobos ibéricos, que en aquella época apenas contaban con unos efectivos de 300-400 ejemplares y parecían abocados asimismo a una inminente extinción. Pues conviene recordar que en la España de los años 50 y 60 estaban vigentes las tristemente célebres “Juntas Provinciales de Extinción de Animales Dañinos”, que pretendían acabar con todo tipo de animales carnívoros o predadores (a los que se denominaban “alimañas”), y que premiaban con recompensas y dinero público a todo aquel que matara a un águila, a un buitre, a un halcón, a un búho, a un lince, a una nutria... y especialmente a un lobo.

08, 09 y 10. Armas, venenos, trampas y artilugios de todo tipo han sido empleados profusamente a lo largo de la historia para capturar y matar a los lobos, promulgándose un sinfín de leyes, edictos, cédulas reales y proclamas en su contra, con el ánimo y el propósito explícito de lograr su total exterminio, principalmente en los países más “civilizados”…


Pero afortunadamente para nuestros últimos lobos y para el conjunto de nuestra privilegiada Naturaleza, en aquellos años apareció en escena un personaje carismático y singular, que empezó a defender pública y apasionadamente a una especie que hasta entonces era temida, odiada y perseguida por la mayor parte de la población, enseñando a la sociedad española cómo eran y cómo vivían realmente los lobos, y rompiendo el mito de la supuesta ferocidad y agresividad hacia las personas. Félix Rodríguez de la Fuente inició por aquel entonces una eficaz campaña de sensibilización y divulgación en su defensa, y logró que el lobo dejara de ser considerado como una “alimaña” a la que había que exterminar por todos los medios posibles, y pasara a ser catalogado como especie cinegética en la Ley de Caza de 1970, en virtud de la cual únicamente podría cazarse en las zonas, en las épocas y con los métodos legalmente autorizados.

Y a partir de ese momento el lobo empezó a recuperarse poco a poco en nuestra Península, y a recolonizar espacios naturales de los que había sido expulsado en las décadas anteriores. Y a la espera de un censo actualizado a nivel nacional, cuya publicación está prevista para principios de 2015, la población de lobos ibéricos se estima actualmente en unos 250 ó 300 grupos reproductores, con unos efectivos totales que oscilan entre los 1500 y los 2500 ejemplares, con notables variaciones estacionales e interanuales.

11. Félix Rodríguez de la Fuente desarrolló una eficaz campaña de sensibilización y divulgación en defensa del lobo ibérico entre los años 60 y 70 del pasado siglo, y logró que dejara de ser considerado como una “alimaña” a la que había que exterminar por todos los medios posibles, y pasara a ser catalogado como especie cinegética en la Ley de Caza de 1970.


12.- La población de lobos ibéricos se ha ido recuperando lenta pero progresivamente, y actualmente se estima en unos 250 ó 300 grupos reproductores, con unos efectivos totales que oscilan entre los 1500 y los 2500 ejemplares.


Conviene reseñar, por otra parte, que la década de los 70 del pasado siglo supuso un punto de inflexión en la conservación del lobo a nivel mundial, y no sólo en España. Pues la mentalidad sobre la especie empezaba a cambiar en la sociedad, y ya en 1973 tuvo lugar en Estocolmo la Primera Reunión del Grupo de Especialistas del Lobo de la UICN (en la que participó entre otros el Dr. Rodríguez de la Fuente), que redactó el Manifiesto y Directrices para la Conservación del Lobo. En dicho documento se proponía por primera vez la redacción de planes de gestión, la indemnización de daños, la investigación y la zonificación como métodos adecuados para gestionar a la especie. Y entre las conclusiones aprobadas vale la pena destacar una que ha servido de referencia para posteriores normativas relacionadas con la protección del cánido:

“El lobo, como todo animal salvaje, tiene el derecho de existir en su estado natural. Este derecho no depende de su utilidad para el hombre, y deriva del que tienen todos los seres vivos a coexistir con él como parte integrante de los sistemas ecológicos”.

También en 1973 se aprobó en los EEUU la segunda Ley de Especies en Peligro de Extinción, que incluyó al lobo como tal en todos los Estados, excepto en Alaska. Y a partir de aquellas fechas se han ido promulgando numerosas Leyes, Directivas, Resoluciones y normativas legales de todo tipo a favor de su conservación, que han dado un “respiro” al lobo y le están permitiendo recuperar lentamente sus poblaciones y reconquistar territorios perdidos en numerosos países, como Francia, Alemania, Suiza, Austria, Suecia o Noruega. Y también en España está volviendo a ocupar de forma natural espacios de los que había sido erradicado hace más de 30, 40 ó 50 años.

Pero lo que sin duda es una buena noticia desde el punto de vista de la conservación y de la recuperación de una especie mítica y emblemática de nuestra biodiversidad, cuya existencia resulta fundamental para el mantenimiento del equilibrio biológico de los ecosistemas en los que habita, no es tan buena noticia desde el punto de vista de los ganaderos. Pues sobre todo en las áreas de reciente recolonización vuelve a plantearse el eterno conflicto de intereses entre el hombre y el lobo. Agudizado en nuestros días por los continuos enfrentamientos entre las distintas visiones y posturas sobre el lobo que, cada vez más radicalizadas, defienden los diferentes colectivos de ganaderos, cazadores y ecologistas.

Se plantea de nuevo el reto de lograr la convivencia entre el lobo y los intereses de los distintos agentes implicados de una u otra forma en su gestión y conservación. Y alcanzar esa coexistencia armónica y equilibrada es difícil, pero sin duda es posible y resulta deseable e imprescindible en el Siglo XXI. Únicamente hace falta un poco de buena voluntad por parte de todos, y un diálogo constructivo que respete las diferentes posturas y puntos de vista de los diferentes colectivos, evitando los planteamientos radicales y extremistas que no aportan soluciones reales y sólo aumentan los enfrentamientos y discrepancias, resultando finalmente el lobo el mayor perjudicado.

La gestión del lobo debiera hacerse, pues, de forma inteligente y objetiva, sin apasionamientos ni presiones de ningún tipo, y en base a censos fiables y actualizados de sus efectivos poblacionales. Y además precisa de un espíritu de colaboración y co-responsabilidad por parte de todos los interesados en su conservación: Administraciones públicas, científicos e investigadores, ONGs y colectivos ecologistas, sindicatos y representantes agroganaderos, federaciones de cazadores, guardería cinegética y medioambiental, medios de comunicación...

14.- Alcanzar una coexistencia armónica y equilibrada entre el hombre y el lobo es difícil, pero sin duda es posible y resulta deseable e imprescindible en el Siglo XXI. Únicamente hace falta un poco de buena voluntad por parte de todos, y un diálogo constructivo que respete las diferentes posturas y puntos de vista de los distintos colectivos implicados en la conservación y gestión del lobo


En nuestro país tenemos actualmente la mayor población de lobos de toda Europa Occidental. Y las Administraciones públicas han elaborado en los últimos años una Estrategia Nacional y diversos Planes de Gestión Autonómicos para garantizar su conservación a medio y largo plazo. Todas estas normativas jurídicas, discutibles y mejorables sin duda, pretenden asegurar la presencia del Lobo en su medio natural, promoviendo la adopción de todas las medidas necesarias para prevenir y minimizar los posibles daños a los ganados, compensar de la mejor manera posible las pérdidas económicas producidas, y controlar la población de la especie dentro de unos límites razonables y asumibles por la Sociedad. Y además pretenden fomentar un mayor conocimiento sobre el lobo a través de la investigación, la educación y la sensibilización, e intentan buscar soluciones para eliminar o paliar los diversos factores que actualmente amenazan su supervivencia, tales como el furtivismo, la destrucción de sus hábitats naturales, la fragmentación de sus territorios, los atropellos en vías de comunicación o la posible hibridación con perros asilvestrados.
 
Pero por mucho que las distintas Administraciones intenten adoptar todo tipo de medidas e iniciativas para garantizar la coexistencia del Lobo y el Mundo Rural (medidas que nunca serán del gusto de todos…), de nada servirán si no se alcanzan acuerdos consensuados entre los diversos actores sociales que de una u otra forma están implicados en la “guerra del lobo”, cediendo todos un poco en sus respectivas exigencias y expectativas, y respetando los intereses y planteamientos de los demás.

   
15 y 16.- Es preciso fomentar un mayor conocimiento objetivo y real sobre el lobo, a través de la investigación, la educación y la sensibilización de la sociedad. Y asimismo hay que luchar contra los falsos mitos, leyendas y supersticiones que todavía hoy se encuentran arraigados en la “sabiduría popular” y en el subconsciente de muchas personas, sobre todo en el medio rural.


El lobo es realmente un animal fascinante, mítico y emblemático. Una auténtica joya de nuestra biodiversidad. Un superviviente nato con una gran capacidad de adaptación que ha conseguido llegar hasta nuestros días “contra viento y marea”, y cuyo futuro está ahora en nuestras manos….Al lobo hay que conocerlo, hay que valorarlo, hay que respetarlo, hay que conservarlo y hay que protegerlo…¡Pero no a ultranza!. Y siempre buscando una convivencia lo más armónica y pacífica posible con las actividades humanas tradicionales.

Y tal vez convendría recordar aquí las palabras de nuestro querido y añorado “Amigo Félix”:

Que el lobo viva donde pueda y donde deba vivir, para que en las noches españolas no dejen de escucharse los hermosos aullidos del lobo.




CHRONICA NATURAE, n º5
(2015) Carlos Sanz
El hombre y el Lobo: Crónica de una difícil
-pero posible y deseable- coexistencia

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